jueves, 8 de febrero de 2007

Tiempo de cambio


«Qui perd els orígens, perd la identitat»
Raimon
«The Times They Are
A-changing…»
Bob Dylan


De una manera cíclica, me invade la necesidad de escuchar las melodías de los viejos trovadores que acompañaban mis momentos trascendentes en el bar de la Facultad de Barcelona. Un rincón, de paredes sabias, que predisponía a la reivindicación de un mundo mejor, mientras aprendía a jugar a la «butifarra» de la mano de mis colegas de las «comarques lleidatanes», maestros en el arte del manejo de las «manilles». Un síntoma claro de que me estoy haciendo mayor, aunque en el fondo de mi corazón anida la esperanza de que el paso de los años me haya proporcionado unos gramos de sabiduría, la necesaria para comprender que todo está en los clásicos.


La irrupción de la industria como principal preparador de medicamentos, en un sector profesional como el farmacéutico, cuya responsabilidad esencial era la buena manufactura de los remedios, sumió a la profesión en una crisis de identidad que desembocó en una farmacia desprofesionalizada, en la que el absentismo del farmacéutico era habitual. Prisionera del margen comercial, una prisión confortable que le ha servido de protección una vez superadas las penurias económicas provocadas por el R-64 y el R-72, la farmacia se consolidó como un negocio de distribución seguro y rentable. Virtudes que han atraído mercados florecientes alrededor de la salud, como la cosmética, la dietética, la fitoterapia o la ortopedia, y que han acabado configurando a la oficina de farmacia como un espacio de salud en el que es posible la coexistencia de los estupefacientes con las cremas hidratantes.


Sea por vocación o por necesidad, al final lo que importa es el resultado y no las razones, una parte de los farmacéuticos hemos defendido que los retos que nos impondrá una sociedad más abierta, más informada, más refractaria a las regulaciones y más sensibilizada sobre las dificultades de la sostenibilidad del sistema sanitario, requieren un cambio en la profesión que nos permita asumir responsabilidades sanitarias más allá de la custodia y dispensación del medicamento y, como consecuencia, consolide a las farmacias como un espacio de salud en una sociedad más moderna, y al farmacéutico como a su principal responsable.


Gracias al legítimo prestigio que el farmacéutico ha atesorado década tras década, y con su actual presencia, pertinaz y cercana al cliente, detrás del mostrador, la pista de juego donde tiene ventaja competitiva frente a los gestores, el farmacéutico ha empezado a reconstruir su rol como profesional sanitario.


El método utilizado para intentar esta reconstrucción se ha basado en un aumento significativo de su presencia en la farmacia, en su creciente participación en programas de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, y en su implicación más activa en el control del uso del medicamento. Esta actitud, combinada con una política corporativa dirigida, principalmente, a resaltar el papel del farmacéutico como el agente sanitario más accesible, ha logrado colocarlo en una buena posición en la parrilla de salida. Una carrera en busca de los orígenes, el anclaje de una identidad profesional propia.


Nada está más lejos de mi intención que añorar épocas que no volverán, y que no es bueno que vuelvan, como si de un «revival» nostálgico se tratara. Lo que es preciso es que el farmacéutico asuma, con claridad y valentía, nuevas responsabilidades en el proceso de acceso del consumidor al medicamento, más allá del valor que aporta nuestra red logística. Una red logística muy sofisticada, poseedora de muchas virtudes –es realmente sorprendente constatar la capilaridad que ha logrado el suministro del medicamento–, pero no debemos olvidar que su eficiencia no garantiza que los farmacéuticos seamos sus mejores gestores.


A partir de una red de buenos profesionales, es posible conservar una red de establecimientos ordenada. Al revés es improbable. El orden de los factores, en este caso sí, altera el producto.


Algunos, aquejados de un optimismo arriesgado, piensan que la estrategia de reconstrucción profesional será suficiente para mantener la farmacia alejada de las influencias de la globalización, pero como dice Dylan, las viejas recetas proteccionistas no servirán en el mundo nuevo. Simplemente nos servirá para poder entrar en el mundo nuevo en el que se nos exigirá, como a todos, modelos comerciales y de gestión de los establecimientos más acordes con lo que los consumidores aprecian. Se equivocan los que creen que nuestra condición nos eximirá de aumentar los horarios y la superficie de nuestros establecimientos, que seremos inmunes a la competencia de precios y de servicios, el mundo que viene es éste. Nuestro reto no es evitarlo es poder estar en él.


Un iPod, ese apéndice habitual en el rostro de mis hijos, se está cargando en el ordenador y me pongo a bucear en los archivos de su menú, aunque no soy capaz de reconocer ningún título, los sonidos house y techno me recuerdan de vez en cuando al reggae y el ska. Al menos, mantengo un hilo de contacto con mis músicas, lo que me permite ser optimista y no sentirme como un turista en un mundo tan cambiado en el que no soy capaz de mantener mis raíces.