lunes, 9 de marzo de 2009

El rayo verde

Hace tan sólo unos meses osé escribir un «Planeando» celebrando mi veinticinco «Planeando». En ese artículo decía:

«Al repasar mi artículo he estado a punto de borrarlo de mi viejo portátil» y no lo hice, y hoy siento un poco de vergüenza por no haberlo hecho, al menos un poco de vergüenza de haberlo enviado a Javier March, el redactor jefe de El Farmacéutico, para que lo publicase en el n.º 393. Un cierto pecado de presuntuosidad se esconde detrás del que celebra algo propio, es comprensible hasta cierto punto, no voy a caer tampoco en una austeridad luterana para juzgarme, pero lo que debí prever es que esta revista que acoge desde hace dos años mis historias, mis sueños traducidos, mis opiniones, iba en pocos meses a cumplir otro veinticinco aniversario. Hoy me siento un poco ridículo, lo confieso. ¿Cuántos artículos se han publicado durante estos cinco lustros? ¿Cuántos autores han vertido sus palabras a este caudal de profesión y cultura que ha regado sin pausa las farmacias de toda España?

Me atreví a celebrar esa minucia y hoy José María Puigjaner, una de las personas que quiere más a esta revista, me sugiere de una manera sutil, con esa sonrisa que se esconde debajo de su bigote, que escriba un «Planeando» sobre el futuro de esta publicación que es referencia para muchos. Este aniversario sí que se merece que se celebre.

Hay muchas cosas que me hacen mirar hacia el mundo y que me inspiran un cuadro pintado de palabras –¿Es esto lo que me dices que ves cuando me lees, amigo José M.ª?– pero el reto que significa escudriñar en el futuro de una revista profesional, en una situación, como la actual, de cambio profundo en los medios de comunicación, en una época en la que se está replanteando la relación de la industria farmacéutica con los profesionales farmacéuticos, en la que se pone en duda la eficiencia de los medios de promoción clásicos de sus productos, todo ello conjugado con la profundidad de una crisis económica que apaga cada día algún rayo de luz, es una empresa realmente complicada. Voy a intentar hacerlo y voy a intentar poner mi granito de arena en lo que debe ser una fiesta repleta de ilusión y sin más nostalgia que la que se necesita para que la emoción no se desborde.

Voy a llamar a Alfonso. Cuando tengo que escribir algo sobre gente que escribe y gente que lee y esa gente son farmacéuticos, siempre pienso que él podrá ayudarme. Es un lector voraz, debe ser por eso que, a sus años, esté tan atento a lo que sucede a su alrededor.

Alfonso es un boticario sabio que acumula libros y revistas en su despacho. De vez en cuando voy a buscarlo a la hora de cerrar su farmacia; a veces, mientras envía el pedido, aprovecho para hojear algunas de las revistas que guarda llenas de anotaciones. Estoy contento porque, entre sus papeles escogidos, conserva algunos ejemplares de El Farmacéutico.

Uno de esos días, mientras le acompañaba hacia su casa para escuchar sus historias, la parte de la historia que iba recopilando detrás del mostrador, me dijo después de bajar la persiana una vez más –Alfonso cuenta todas las bajadas de persiana y las apunta en un dietario de tapas negras, esa fue concretamente la dieciocho mil trescientas cuarenta y cuatro, me acuerdo porque lo anoté en mi dietario de tapas azules–, sus palabras sonaron cuando estábamos a punto de cruzar el paseo oscuro en el que ya sólo estaban iluminadas las tiendas que no cierran sus puertas hasta sobrepasar la frontera de la esclavitud de los horarios comerciales, en esa penumbra eclesial, las palabras salían redondas de sus labios, eran palabras antiguas, no viejas: «La diferencia fundamental entre alguien que lucha por lo que quiere y alguien que lo hace por lo que cree es la paciencia y la constancia. Con paciencia y constancia podrás ver el rayo verde, ese último rayo mágico del sol sumergiéndose en el mar que se graba en nuestras retinas para iluminar nuestros sueños, duerme con nosotros y nos despierta tímidamente con el nuevo día. Sólo existe el pasado, pero sólo existe para que el futuro exista». Desde aquel día lo que intento es aprender a tener paciencia y constancia.

Cuando descuelga el teléfono ha contestado soltando un corto «¿Si?». Estoy seguro que a muchos les molesta esa manera de iniciar la conversación, pero no saben que si superan ese leve escollo descubrirán a un inagotable contador de historias. Es importante dar siempre un margen a las personas porque nunca sabes lo que puedes perderte.

– ¿Tú, que tanto sabes, qué futuro tienen las revistas profesionales?
– ¿Tienes que escribir un artículo sobre el veinticinco aniversario de El Farmacéutico? ¿No?
– Eres un sabio adivino.
– Estoy atento a lo que sucede.
– Dejémonos de esgrima. ¿Qué me dices?
– Que los tiempos están cambiando ya nos lo dijo nuestro profeta Robert Allen Zimmerman…
– ¿…?
– ¡Bob Dylan, para todos! (Me imagino su mueca traviesa colgada del auricular. Le gusta descolocarte, pero sé que no lo hace por malicia, es un juego inocente de un viejo que recuerda aún cuando jugaba a policías y ladrones con sus amigos y siempre acababa escapándose del calabozo.)
– El Farmacéutico tiene una buena posición en el sector de las oficinas de farmacia. No debe renunciar a la calidad de sus contenidos y debe mantener una línea basada en la seriedad, el equilibrio y la independencia. Pienso que la marca EL FARMACEUTICO está bien considerada entre sus clientes y lectores, seguramente la revista papel dejará de ser el único medio de comunicación de la marca y pasará a ser el mascarón de proa de un proyecto multimedia generador de servicios y productos útiles para el farmacéutico.

Palabras sabias de alguien que ya ha visto el rayo verde.

(Confieso que Alfonso no existe, ni su dietario de tapas negras, ni yo tengo un dietario de tapas azules, pero me parece de un romanticismo deseable que en el «Planeando» del número 410, el de los veinticinco años, aparezca un farmacéutico, y como no quiero descubrir al verdadero autor de la cita me ha parecido que utilizar el personaje entrañable de un viejo boticario sabio es una buena manera de homenajear a la profesión que me ha dado la oportunidad de poder escribir en una revista seria como El Farmacéutico y de conocer a buena gente como a Montse, a Albert, a José M.ª, a Javier, a Pepe, a José M.ª –a otro José M.ª–, a Carles –a ti ya te conocía dando vueltas por las pistas de básquet de nuestro pequeño país– buena gente, todos ellos).