viernes, 18 de junio de 2010

Manifiesto


Después de analizar globalmente la ristra de medidas decretadas por el gobierno del señor Zapatero que inciden directamente y de forma muy negativa sobre la economía de las farmacias españolas no cabe otra postura que la crítica contundente.

El sentido común debe hacernos reconocer que cualquier administración responsable tiene la obligación de ahorrar recursos y ahora, cuando la economía y los desequilibrios presupuestarios se han agravado de una forma alarmante, ya no es sólo una prioridad, es una necesidad. Una necesidad ineludible, los farmacéuticos, que somos ciudadanos con sentido común, lo entendemos.

Esta comprensión no puede mitigar la crítica y la perplejidad por la constante falta de decisión para desarrollar políticas valientes y coherentes durante los años en los que el crecimiento económico permitía afrontar las inversiones para realizar cambios estructurales en el sistema sanitario y en los que la racionalización de los recursos hubiese sido más eficaz que en estos momentos difíciles en los que las prisas, las urgencias y las improvisaciones generan incertidumbre y en los que no hay tiempo para medir las consecuencias negativas de las medidas adoptadas a golpe de decreto. Es frustrante sufrir las consecuencias de la falta de decisión y de la improvisación de los que tienen las herramientas en sus manos y no las utilizan adecuadamente.

El sector del medicamento y concretamente el de las farmacias está en el núcleo del sector sanitario, que es uno de los pilares imprescindibles en los que se sustenta nuestro modelo social y también es uno de los motores con capacidad de impulsar la economía, capaz de innovar, de generar puestos de trabajo y de generar, a su alrededor, mucha actividad económica. Resumiendo, un sector generador de riqueza. Un papel importante en la sanidad y en la economía del país que no ha sido incompatible con una actitud responsable respecto a la sostenibilidad del sistema, ajustando durante los últimos años sus márgenes, para favorecer el control del crecimiento de la factura pública de medicamentos. Concretamente, las farmacias han disminuido sus márgenes más de cinco puntos en los últimos diez años.

Esta contracción continuada de los márgenes se ha visto acompañada por una congelación del precio medio del medicamento lograda mediante bajadas de precios muy por debajo del precio medio ponderado de los medicamentos de los países de nuestro entorno. El resultado de estos descensos exagerados ha provocado, en algunos casos extremos, situaciones tan grotescas que pueden generar desconfianza al usuario, lo que es una amenaza para un sector en el que la calidad y la confianza son valores fundamentales.

En este contexto la farmacia ha sabido encontrar recursos para tener un papel crucial y decidido en la introducción y normalización de los medicamentos genéricos. Desde su posición de proximidad al ciudadano como profesional sanitario experto en el medicamento ha ayudado a generar confianza y a que los cambios culturales de los ciudadanos respecto a los medicamentos se produjeran de una forma fluida.

Los farmacéuticos no esperamos ningún premio por hacer bien nuestro trabajo, pero es descorazonador que de una manera urgente y sin el necesario diálogo, el gobierno decrete medidas que representen una disminución del rendimiento de las farmacias de entre el 10% y el 25%. Un recorte drástico que va a tener graves consecuencias en la capacidad de las farmacias de mantener los puestos de trabajo y en la oferta de servicios que están dando en la actualidad.

Las medidas decretadas son objetivamente nocivas para el sector, pero son además indiscriminadas porque no tienen en cuenta el esfuerzo que han venido realizando las farmacias de las comunidades autónomas que han controlado más el gasto mediante la promoción de los medicamentos genéricos, que es un índice inversamente proporcional al precio medio de la receta; ni son tampoco sensibles con la economía de las farmacias más modestas, que en muchos casos son imprescindibles para poder ofrecer un servicio tan extenso y capilar. Estas farmacias van a estar gravemente perjudicadas y tendrán dificultades importantes para resistir el efecto de las medidas.

Si la crítica a las medidas es rotunda, también lo tiene que ser la seguridad al afirmar que en estos años de ajustes constantes las farmacias no han dejado de invertir en mejoras estructurales y en tecnología, han acometido proyectos tan importantes como la receta electrónica, han continuado creando puestos de trabajo de calidad y han mantenido una actitud dialogante y de colaboración con la Administración sanitaria que ha hecho posible impulsar iniciativas y proyectos que inciden positivamente en los niveles de salud de la ciudadanía. Los farmacéuticos estamos satisfechos de este bagaje, pero decepcionados por la poca valoración que el gobierno hace de él. La dureza de las medidas adoptadas no puede tener una valoración más positiva.

Los farmacéuticos somos plenamente conscientes que la gravedad de los momentos está provocando que muchos de nuestros clientes estén pasando una situación difícil, nuestras quejas no son ajenas a esta realidad, pero también sabemos que los ciudadanos prefieren una farmacia capaz de ofrecer un servicio como el que ahora están recibiendo.

Los farmacéuticos también están quejosos con las medidas de contención adoptadas por el gobierno…

La voz del periodista que conduce el programa matinal suena familiar. El café con leche humea junto al periódico y a un par de tostadas con tomate y jamón. Los farmacéuticos somos protagonistas de las noticias de las ocho que la emisora de radio que escucho cada mañana está emitiendo. Mientras escaldo la lengua con el café con leche excesivamente caliente, siento esa mezcla de satisfacción con un puntito de orgullo que te invade cuando eres protagonista, aunque en nuestro caso, lo seamos por una queja rotunda.

He tenido una sensación parecida –aunque por motivos muy distintos– a la que sentí cuando salió publicada en el periódico del barrio la foto de mis jugadores en la que están celebrando el campeonato de liga en el vestuario del pabellón municipal de Alpicat. Aún y siendo situaciones antagónicas creo que existe un punto de contacto entre las dos, en ambos casos ni la foto ni la noticia son lo que verdaderamente importa. Ni la foto puede reflejar el esfuerzo realizado durante la larga temporada, ni un buen comunicado de prensa puede explicar la complejidad de la situación ni va a modificar la realidad con la que voy a encontrarme dentro de una hora cuando encienda la luz verde de mi farmacia.

Estoy convencido de que lo importante para ganar la liga ha sido el trabajo en las más de ciento cincuenta sesiones de entrenamiento y que lo que marcará mi futuro como farmacéutico va a ser mi capacidad de adaptación para poder ser competitivo.

Ningún tertuliano parece muy preocupado por los efectos de los recortes en las farmacias. Seguramente hay demasiadas quejas estos días.

martes, 8 de junio de 2010

Los otros


Nadie sabe que yo no veo a nadie. Es uno de esos días que camino sumergido en una burbuja que sólo yo veo; una burbuja de cristal blando que me acompaña como una sombra. Es una sombra transparente que me envuelve y me aísla, no se trata de ese otro yo incansable y cotidiano que me persigue por donde el sol le indica y que sirve a los otros para avisar de que estoy a su lado. Sé que los demás están ahí, recuerdo que están ahí, porque hay días en los que no estoy inmerso en ese caparazón que hoy sólo me deja ver el sol y las estrellas pero no a ellos. De esos días desnudos, conservo el recuerdo de la imagen que tengo de los otros y es ese recuerdo el que se mantiene incluso en los días como hoy, en los que un tul espeso me impide verlos. Me siento solo.

No es una soledad melancólica, no es un sentimiento de abandono; es una soledad que noto, es una soledad tangible que también tiene sus ventajas. Los días que me zambullo en mi burbuja soy más pequeño, más liviano incluso, lo que me permite vivir como un descubridor de mundos escondidos. En esos días, todo fluye más deprisa, una soledad aceitosa lubrica el engranaje del reloj de mi tiempo oxidado y facilita su funcionamiento, evitando que las voces de los demás suenen como el chirriar de ruedas dentadas.

Hoy es uno de esos días. La coraza invisible en la que rebota cualquier signo de los otros ha provocado que mi viaje en metro desde el barrio en el que vivo hasta el corazón del barrio donde nací haya sido bastante llevadero. Hoy es uno de esos días en los que los cuerpos aún adormecidos de los otros se acercan tanto como cualquier otro día, pero incluso estando tan cerca de ellos hoy sólo noto la soledad de mi cuerpo. Es inquietante percibir que alguien está tan cerca y no verlo, es como vivir con el recuerdo de los otros cuerpos al lado del tuyo. Sin embargo, cuando te acostumbras, puedes ahorrarte su pesadez y centrarte en la gravedad del tuyo.

Al abrirse las puertas del vagón, un río de recuerdos andantes se desborda por el andén y la corriente fluye hacia un extremo de la estación donde van apretujándose irremediablemente para empezar la ascensión hacia la Rambla de las Flores. Los escalones rallados por cicatrices metálicas van escondiéndose sin pausa dentro de la boca dentada que espera abierta al final de las escaleras mecánicas que me transportan hacia arriba. Subo agarrado a la baranda móvil de goma negra, y casi sin darme cuenta, cuando el escalón en el que estoy ubicado es engullido por el final de la escalera mecánica, empiezo a andar por un pasillo iluminado por una luz triste de fluorescente. Al llegar al final de ese túnel iluminado por esa luz mentirosa, empiezo a subir por una escalera fija de piedra. Como no veo a nadie, puedo centrar mi atención en el canto redondeado de los escalones. El brillo satinado de lo que antes eran esquinas angulosas me indica que los pasos de los otros –una prueba más de que están ahí– hace años que las van redondeando. Los otros son como el viento que esculpe sin parar las rocas que, con desvergüenza juvenil, muestran sus aristas al mar y al cielo. También esos cantos rocosos van redondeándose, van envejeciendo.

Un rumor de roces, de pisadas, me acompaña mientras subo por las escaleras. La música incansable de las suelas de los zapatos limando lentamente el granito de los escalones suena como el sonido de infinitos martillos etéreos realizando una labor minuciosa de artesanía intemporal. Ser tan pequeño, tan liviano, me permite ver las nubes de corpúsculos de feldespato, de mica y de cuarzo que se levantan por la acción de ese ejército de martillos golpeando sin cesar los cantos de los escalones de granito. Paseo por un universo que pasa desapercibido para todos, menos para mí. Puedo ver nubes que parecen nebulosas de polvo interestelar, las veo porque hoy puedo navegar por esos nimios universos que se esconden detrás del espejo en el que se reflejan los rostros de todos los demás.

Supongo –siempre ha sido así hasta ahora y no hay nada que me haga pensar que hoy será distinto– que mi frágil caparazón no va a resistir la vida vertida en las calles del barrio donde nací, una vida desordenada, a veces salvajemente desordenada. Después de salir por la boca estrecha de la estación de metro, cruzo el paseo que desciende directo, atravesando como una cicatriz de árboles y de ruido el laberinto de calles antiguas de mi vieja ciudad, y sorteo como puedo la riada que conecta el orden cartesiano del Eixample con el mar oscuro, denso y redondo del puerto. Penetro en el corazón del Raval por la calle Sant Pau y camino por la acera adosada a la fachada menos noble del Gran Teatre del Liceu. El aroma especiado que huelo en el ambiente me indica que mi sombra aislante ya puede estar desvaneciéndose poco a poco. No estoy seguro de que se mantenga íntegra y esta incertidumbre se traduce en un temblor casi imperceptible en la piel. Tengo una sensación parecida a la que siento cuando estoy traspasando la frontera entre el sueño y la vigilia, ese trayecto incierto en el que parece que podemos decidir, en un ejercicio reiterado de ingenuidad, la dirección del tiempo.

La realidad siempre acaba resquebrajando esos momentos que tan sólo son un espejismo. Ni los otros van a dejar de existir por mucho que nos recubramos de un caparazón impermeable, ni el tiempo puede cambiar de dirección para revivir un instante vivido. Si queremos continuar siendo parte del mundo debemos comprender que no podemos ser ajenos a él, aunque sólo sea porque no es una buena estrategia.

Estar solo es triste, aunque a veces sea cómodo, pero aislarse es estúpido.

PD: Debería escribir de farmacia, ¿o ya lo he hecho?