jueves, 26 de julio de 2012

El sueño


Junio, a partir de la verbena de San Juan, está siendo un mes caluroso y caliente. El bochorno se apodera de las noches y el plomo de la solana te aplasta durante el día. Durante este inicio del verano, la inquietud y la incertidumbre se han asociado a la climatología y es difícil encontrar un rincón en el tiempo o en el espacio en el que el cerebro se pare y en el que el cuerpo deje de ser una pesada carga.

Lo más cercano a ese deseado oasis lo encuentro en las primeras horas de la mañana, de seis a ocho. En esas horas, si me coloco en el rincón adecuado del salón, en la esquina del sofá que tengo reservada para escribir o para divisar la pantalla de la televisión, logro notar un suave airecillo que me conforta. Los sonidos habituales del patio interior aún pueden diferenciarse del ruido de fondo de la ciudad, incluso es posible escuchar algún chillido de los vencejos o de las golondrinas que vuelan entre los edificios que van desperezándose al mismo ritmo que los azules de la madrugada van virando hacia los amarillos de la mañana. 

Hoy ha sido uno de esos días en los que esas horas son una joya a pesar de que la noche que las ha precedido no haya sido apacible. Durante las horas oscuras, la tensión acumulada parecía un saco de arena encima de la boca del estómago y solo cuando los fríos azules de la madrugada van esparciéndose con sigilo como una invasión sutil que acabará ganando la guerra eterna entre la luz y la sombra, el peso muerto que me ha oprimido va desapareciendo poco a poco.

He quedado para desayunar con un viejo amigo con el que había perdido el contacto. Nos reencontramos hace unas semanas en la boda del hijo de una amiga común. Es un gran conversador y nos intercambiamos los números de teléfono. Hace unos días le llamé y fijamos la fecha en la que volveríamos a vernos. Él desayuna, por lo que me comentó, en un pequeño bar familiar que está situado cerca de su casa, en la retícula de calles estrechas y elegantes que conforman el barrio ubicado entre la Vía Augusta y la Travessera de Gràcia.

He llegado puntual al punto de encuentro que habíamos fijado siguiendo una ruta que transita por esas calles estrechas que a esta hora están tranquilas y en las que aún la sombra de los árboles conserva un alegre frescor.
Mi amigo está tomando un té con leche mientras lee la última página del periódico en la mesa situada en la esquina del fondo del bar. Es un local pequeño al que se accede bajando dos escalones, pero no tienes la sensación de entrar en un local subterráneo, es un bar luminoso, porque las paredes son una cristalera continua de ventanas por las que se ve pasar a la gente yendo hacia la oficina o a la escuela.

– Hola, ¿qué quieres tomar?
– Tomaré un cortado y un bocadillo de jamón.
– Tu rostro demuestra que no has dormido bien.
– ¿Tanto se nota? Esperaba que el trayecto hasta aquí fuera un buen cosmético. Pero lo cierto es que estos meses han sido devastadores para mi ánimo. La precipitación con la que las Administraciones pretenden aplicar las medidas están poniendo a los farmacéuticos en una situación muy comprometida.
– Ya he leído que esta semana habéis tenido muchos problemas.
– Es decepcionante ver como la improvisación se impone sobre la reflexión y la planificación.
– Debes animarte. ¿Cuántas horas has dormido?
– A las dos de la madrugada ya estaba despierto y no me he podido dormir hasta las seis y a las siete y cuarto ya estaba duchándome. El tiempo justo para tener un sueño extraño.
– ¿Te acuerdas de ese sueño extraño? Me interesan los sueños, a veces los utilizo para escribir mis libros.

«La moto está aparcada delante de una gran puerta de madera, junto a unas bicicletas. Las llaves, dos llaves distintas, están colocadas en el contacto. Es roja, pero no es una moto nueva. Parece repintada. El instante en el que subo a ella, el instante en el que decido llevarme una moto que no es mía, no es un momento dramático de la historia. De repente estoy conduciéndola y observo la rueda delantera que está gravemente deteriorada. La carretera por la que circulo sube hasta una zona residencial que me recuerda el barrio de torres de veraneo en la Plana de Vic. Sin embargo, y sin que suceda nada especial, tengo la necesidad de devolverla al lugar en la que estaba. Todo sucede sin bajar en ningún momento de la moto y sin hablar con nadie. La carretera de vuelta me recuerda el tramo que cruzaba el pueblo de Tona. Al llegar al cruce con la calle que se dirige a la plaza de la iglesia, y al intentar girar a la izquierda me encuentro con un gentío que no deja resquicio para tomar ese camino. Parece que la muchedumbre está celebrando una fiesta popular, la gente baila y hay algún tenderete en el que se sirve algún plato, creo que una paella, aunque no puedo asegurarlo porque los sueños no huelen. Continúo carretera abajo y sin darme cuenta estoy conduciendo entre gente que grita y baila dentro de una casa enorme. Estoy conduciendo entre gente que está en una especie de juerga que no logro entender y que abarrota todos los rincones de esa especie de vetusto palacio de grandes estancias y de escalinatas, por lo que no logro dejar la moto en ningún sitio. En un rincón más tranquilo veo una puerta entreabierta y entro en la habitación que está vacía. Es un dormitorio en el que veo una gran cama deshecha. Entra en la habitación, mientras estoy buscando un lugar para aparcar la moto, mi tata Julia…» En este punto el sueño y la vigilia se empiezan a mezclar en un proceso osmótico en el que me confundo.

– Es raro tu sueño. ¿Crees que tiene que ver con lo que te está sucediendo estos días?
– No lo sé. No acostumbro a recordar los sueños ni a contarlos. A menudo hablamos de los sueños como reflejos de nuestros anhelos, pero la realidad de estos días puede tener algo que ver con mi sueño, ya que hace unos meses que todo ha sido una mezcla confusa de órdenes precipitadas que critico profundamente porque de ellas se desprende una falta total de sensibilidad respecto a los ciudadanos y de respeto respecto a los profesionales.
– Necesitas vacaciones, aunque me temo que los motivos de tus quejas van a continuar aquí cuando vuelvas.

No tengo suficiente ánimo para rebatir su vaticinio. Al menos el bocadillo es de buen jamón.

viernes, 6 de julio de 2012

Pla


Una de las cosas buenas que tiene escribir es que puedes contar mentiras y se nota mucho menos que si las cuentas de viva voz, y una de las malas de escribirlas es que mientras que las dichas puedes intentar olvidarlas, las escritas quedan grabadas en un soporte mucho más duradero que la memoria.

Estos días, previos a la llegada del verano, en los que el deseo de olvidar temporalmente la tensión que ha sido la protagonista de muchos momentos de este curso va transformándose en una obsesión, releo algunos de mis artículos escritos durante estos seis últimos años. Los releo para encontrar alguna pista en lo que ya he contado de alguna cosa que aún no haya hecho. Releo con la esperanza de encontrar allí, entre lo que ya he dicho, lo que no encuentro entre lo que podría decir, porque toda la pesada carga de pesimismo acumulado durante el duro viaje de estos últimos meses deja poco espacio para encontrar en mi maltrecha imaginación algunas palabras optimistas que tengan sentido.

Me apetece contaros algo que sin ser un cuento, una mentira al fin y al cabo, haya sido satisfactorio de verdad, una historia de esas que son claras, una historia sencilla sin ambages, algo que no sea simplemente una pequeña estrella en un cielo oscuro y que mi artículo sirva a modo de teles­copio para transformar lo que es realmente un simple puntito de luz en un sol majestuoso. Busco y rebusco en los más de mis cien artículos y no soy capaz de encontrar esa historia no escrita, esos huecos luminosos entre las palabras, pero entre ellas sólo soy capaz encontrar el vacío. No está ahí lo que busco.

Antes de atreverme a escribir estas palabras he hablado de la sequía que me cuartea las ideas con alguno de mis buenos amigos, y algunos de ellos, cuando les cuento lo que ahora os estoy contando me recomiendan una pausa, un receso. Atribuyen mi falta de ideas al pesimismo construido por la acumulación de malas noticias. Son buenos amigos, pero no estoy de acuerdo con ellos. No es el pesimismo lo que me impide encontrar algo nuevo que contaros. El pesimismo es una actitud que se construye después de una reflexión sobre la realidad, y lo que ahora busco no está basado en una reflexión, no me apetece –de ésos ya he escrito unos cuantos– volver a escribir una historia basada en una reflexión. Creo que podría volver a escribir alguno de ésos, pero ahora busco una historia que fluya como una fuente fresca en un rincón húmedo y oscuro de un bosque de helechos. Palabras claras que afloren por una brecha del interior de una montaña de roca oscura.

Lluís es uno de estos amigos que se preo­cupan por mí y que me aconsejan un descanso. Nos hemos visto a menudo aunque el vive en Girona, porque juntos hemos estado bregando durante cuatro años con las tribulaciones del sistema que soporta la receta electrónica de Catalunya. Han sido unos años en los que ha tenido que bajar a la capital casi cada semana y yo le agradezco el esfuerzo y la paciencia. Es una persona de apariencia tranquila que es un fiel reflejo de su carácter, y aunque compartimos la estatura, no nos parecemos en el carácter, yo no puedo evitar que la sangre me suba a la cabeza y él casi siempre la tiene fría. Compartimos el gusto por la buena mesa, pero también aquí tenemos diferencias. Él disfruta degustando lo que él mismo cocina y yo me limito a la degustación, ya que si hiciera lo mismo que él sólo podría comer algún que otro huevo frito. Compartimos también la afición por el baloncesto y los dos seguimos a nuestros hijos por las pistas catalanas, aunque los míos ya prefieren que les vayan a ver sus respectivas novias, lo que es un síntoma más de la decena de años que nos separan.

Tiene una cara de niño grande, si no tuviera la barba tan cerrada parecería la cara de un adolescente feliz y se mueve con unos gestos siempre un poco más lentos de lo que espero. Tiene un ritmo parsimonioso. Esa tranquilidad que desprende creo que ha servido para compensar mi efusividad y formar así un equipo eficiente. Hemos compartido muchas negociaciones con gente alejada de nuestra profesión, con una cohorte de ingenieros de telecomunicaciones, informáticos y gerentes, pero también hemos mantenido muchas conversaciones sobre el futuro de la farmacia y sobre los cambios en las organizaciones que la representan para que ésas aumenten su eficiencia. Tiene una visión moderna de lo que nos conviene, alejada de las convenciones imperantes, pero al mismo tiempo mantiene la prudencia del que conoce los riesgos de mover las cosas demasiado deprisa y correr el riesgo de que se rompan.

No voy a poder descansar como me aconseja Lluís, él sí. Los avatares de las urnas han sido los que han propiciado que los días de nuestro pequeño equipo se hayan terminado. Las reglas de esta liga en la que jugamos son así. Los dos lo sabemos. Aunque no puedo obviar la tristeza por su marcha, esta despedida forzosa es la que me sirve para poder escribir palabras sencillas, claras y sinceras. Eso que estaba buscando y que me resultaba difícil encontrar. Gracias.

Muchas de tus ideas van a servir para que las dispensaciones de receta electrónica continúen funcionando con fiabilidad, para que la red de los farmacéuticos cada vez esté preparada para asumir proyectos más ambiciosos, y muchas de nuestras reflexiones me van a servir a mí para continuar bregando, eso no te lo quita nadie, y yo, que tengo la posibilidad de dejar algo escrito no quiero perder la oportunidad de contar algo de verdad. Nuestra pequeña historia de estos cuatro años y mi agradecimiento sincero por todo el esfuerzo y el talento que has dedicado al equipo al que has pertenecido. Tienes la camiseta retirada en el pabellón de mi memoria.