miércoles, 9 de mayo de 2007

Érase una farmacia a un modelo pegada


Si Quevedo hubiese nacido en el Alt Empordà, cosa harto improbable visto su aprecio por los catalanes, sus famosos versos «érase un hombre a una nariz pegado» seguramente estarían dedicados a Portbou, un pueblo a una estación pegado. Ésta es la impresión que recibes cuando visitas por primera vez el pueblo situado en la encrucijada donde confluyen la Serra de l’Albera, el mar Mediterráneo y la Tramontana.

En ese rincón abrupto, donde se mezclan sin delicadeza tierra, mar y aire –en su majestuosa estación–, es donde se me hace más palpable el desasosiego al ver un tren marchar y, con él, la oportunidad de conocer otros mares, otras tierras y otros vientos.

La vida está llena de trenes que marchan y nos abandonan en los brazos del pírrico consuelo que sentimos en la estación, ese monumento a lo conocido, esa red protectora que nos apacigua el vértigo a la vez que nos aprisiona. ¿Cuántas veces nos conformamos con lo próximo por el miedo al viaje?

Los farmacéuticos no somos grandes viajeros, nos sentimos seguros en nuestro mundo cercano y conocido. ¡En casa se está tan bien!, pero no debemos olvidar el riesgo que comporta un desmesurado aprecio por el confort casero. No nos conviene sentirnos seguros en exceso, porque corremos el riesgo de no darnos cuenta de la aparición de grietas en el salón de casa.

Sería una irresponsabilidad por nuestra parte creer que el Dictamen de la Comisión Europea y la nueva Ley de Sociedades Profesionales son una simple grieta en la pintura, ya sea porque se han movido los cimientos de nuestra casa o porque nos la quieren derribar; lo cierto es que debemos acometer reparaciones en la estructura.

Parece que nuestros responsables de mantenimiento, léase Consejo General de Colegios Farmacéuticos y Federación Empresarial de Farmacéuticos Españoles, están convencidos de que nuestra casa es sólida y de que lo que estamos sufriendo es una estrategia de acoso y derribo. Por lo que nos dicen y por sus gestos, han decidido basar la defensa de nuestra casa en la confianza en el Gobierno de España y en repetir hasta la saciedad que no hay mejor manera de edificar que la nuestra.

No estoy convencido de que sea la mejor manera de afrontar el problema, porque lo que realmente está pasando es que el suelo se mueve y de lo que se trata es de adecuar nuestros cimientos a la nueva situación.

Un amigo, ingeniero para más señas, me comentaba que los farmacéuticos vivimos un momento importante porque se ha abierto una ventana competitiva delante nuestro, pero se trata de una ventana en un tren que se mueve. Durante algún tiempo, tendremos la oportunidad de contemplar un bonito paisaje, sin embargo el tren no va a parar. Es un ejercicio saludable hablar de nuestra profesión con quien no comparte mortero y vademécum, es un buen entreno para no perder de vista el mundo más allá de nuestro propio mundo.

¿Es realmente tan determinante que nuestro modelo de farmacia sea el mejor o no lo sea?

Nuestro modelo tiene sus virtudes y sus inconvenientes, como todos, también tiene una historia que lo condiciona y que ha generado ventajas para unos e inconvenientes para otros. Nuestro modelo ha servido de manera adecuada durante generaciones en un mundo que evolucionaba lentamente, tan lentamente que podía parecer que estaba quieto, pero ahora va deprisa y no espera.

No necesitamos reafirmarnos en nada, debemos estar seguros de lo bueno que tenemos y mejorar lo que no lo es. Necesitamos adaptar nuestro modelo de profesión y de negocio a la situación jurídica, económica y social actual. ¿Acaso no lo hicieron nuestros abuelos cuando apareció la industria como el «gran formulador»? ¿Acaso no lo hicieron los farmacéuticos de hospital cuando los querían barrer y sustituir por jefes de compras?

Pienso que sería mucho más efectivo concentrar nuestros esfuerzos en fortalecer nuestra posición utilizando las herramientas de las que disponemos y aprovechando las oportunidades que se nos presentan y que los competidores, de momento, no tienen ni pueden tener.

¿Qué decisiones van a tomar las distribuidoras de capital farmacéutico? ¿Van a ser instrumentos reales al servicio de los farmacéuticos cooperativistas?

¿Qué decisiones van a tomar las corporaciones? ¿Van a transformarse en instrumentos útiles aprovechando su posición privilegiada o, sencillamente, van a ver pasar el tren mientras disminuye su capacidad de influencia?

¿Qué decisiones vamos a tomar cada uno de nosotros? ¿Nos arriesgaremos a competir en un mercado más abierto o intentaremos poner freno al mundo? ¿Seremos capaces de asociarnos para hacernos más fuertes o continuaremos creyendo que el único modelo posible es el de una farmacia-un farmacéutico? ¿Continuaremos creyendo que todos los farmacéuticos son iguales o facilitaremos las diferencias para que el mercado elija a los mejores?

Cuando el vértigo del cambio se apodera de mi estómago, me acerco a mi rincón favorito de la Cala Tamariua y contemplo con envidia las rocas perennes del Cap de Creus, ola tras ola, allí, inmóviles en su resistencia titánica. Son la viva imagen de la soberbia del que se siente seguro. Cada vez estoy más convencido de que ellas pueden; nosotros, los farmacéuticos, no. Sería preocupante querer imitarlas en vez de admirarlas.

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