lunes, 30 de agosto de 2010

Paréntesis


Después de estos días cerca del mar todo es más suave. Apacible es una palabra que describe bien mi estado de ánimo. Los recuerdos, aún los más cercanos, se dulcifican en la memoria apaciguada. Han sufrido un proceso de erosión como las piedras redondas de las calas, sus cantos más ariscos han ido sucumbiendo a la caricia de los días, como los cantos a la de las olas. Tan dulces son que necesito hacer un esfuerzo para encontrar algo de acidez cuando vuelvo a saborearlos.

Julio fue (¿Fue, es el tiempo de verbo más adecuado para describir la dimensión del tiempo transcurrido entre la verbena de Sant Joan y la Diada Nacional de Catalunya? Seguramente me gustaría que así fuese y que el hilo que une el ayer con el hoy se hubiera roto, porque ese ayer fue duro realmente. «Julio ha sido» se ajusta más a la realidad; aunque me pese mucho aceptarlo, lo que he vivido estos días ha sido sólo un paréntesis. ¡Se vive tan bien entre paréntesis! ¿No estaré equivocado y lo que vivo realmente es lo que está protegido por esos dos vigilantes del jardín en medio de la selva? ¡El próximo artículo lo escribiré entre esas lunas enfrentadas! El poso dorado, que el calor atenuado de los atardeceres en la playa ha dejado en mi piel, me ayuda a sentirme cariñoso y tengo ganas de cuidar, de mimar incluso, a las palabras que tan a menudo maltrato. Esa ternura debe ser lo más parecido a la felicidad que puedo sentir, aunque a veces me cueste tanto dejar aflorar mi lado más tierno) un mes sofocante.

(El problema de utilizar paréntesis largos es que pueden hacerte perder de vista lo que estaba escrito en la antesala de la entrada al microcosmos que contienen. Con la intención de ayudar a los extraviados por el lapso en el discurso, repito sin interrupciones la frase que tengo la intención de utilizar –«Julio fue un mes sofocante»– para volver hacia atrás en el tiempo, que es una manera como otra de obligarme a escribir sobre algo relacionado con la farmacia.)

Me siento pegajoso. Parece algo irreal, lejano, el leve frescor de la mañana. Ha sido un día más de tensiones y de esfuerzo para no ganar nada, una batalla para no retroceder un poco más. Es el sudor lo que me ahoga después de ir poniendo piedras en la muralla.

(Eso es lo que fue julio y parecido a lo que voy a encontrar cuando salga definitivamente de este paréntesis que he vuelto a abrir, con la misma ansia que tiene el que retrocede para volver a besar a su amante después de la despedida, ¿No hay manera de alargar el abrazo, no la hay tampoco de que la reina de la noche se vista siempre de cuarto menguante?) No.

Julio es el mejor mes para hacer vacaciones, hace años que lo sé, pero no hay manera de que me organice, y lo que podría ser un encuentro con un verano vigoroso acaba siendo un laberinto sin salida del que todo el mundo quiere escapar. Este julio ha sido como todos, sofocante y vertiginoso, pero ha tenido el inconveniente añadido de ser el primer julio de la crisis, más concretamente, el primero de la crisis aceptada y el primero en el que las medidas de recorte implantadas a toda prisa, después de que el método avestruciano fracasara, recayeran también, con toda rotundidad, sobre las farmacias.

Parecen incontestables los resultados de los análisis que se han publicado estos últimos meses. Después de la aplicación de todas las medidas decretadas, la farmacia española va a entrar, por primera vez en treinta años, en una economía recesiva. La situación es preocupante y el sector deberá afrontar la partida que debe jugar con el futuro con unas reglas de juego distintas a las que le han sido útiles hasta ahora. Las recetas que le han permitido mantener una situación equilibrada ya no van a ser las mejores para ganarla. No va a ser suficiente el esfuerzo de poner piedra tras piedra en la muralla.

Cambiar de manera de jugar requiere un planteo riguroso, porque los cambios nunca son fáciles y cualquier cambio supone riesgos. No se trata de hacer una apuesta irresponsable, se trata de balancear correctamente el riesgo del cambio con el peligro de no cambiar. Este análisis de riesgos y beneficios debería ser la primera etapa –una etapa de reflexión exhaustiva– de un plan estratégico imprescindible para un sector que no puede caer en el peor de los errores: caer en la ceguera producida por no querer mirar.

Si hacemos el simple ejercicio de comprobar los datos básicos de la economía del sector de las farmacias con una visión global, llegaremos fácilmente a la conclusión de que está en juego el control de un sector con una facturación de 20.000 millones de €, por lo que cualquier reflexión en el seno de los que ahora lo controlan debería partir de una premisa fundamental: la sostenibilidad de su negocio. El objetivo final de cualquier iniciativa generada después de este proceso de reflexión imprescindible debería ser el fortalecimiento de los fundamentos en los que se sustenta el modelo de negocio, para hacerlo más sólido y más adaptable a los cambios, en definitiva más competitivo.

El reto del plan estratégico del sector debería ser diseñar un modelo en el que se ponga de manifiesto claramente –mediante un sistema de remuneración coherente con el modelo– que la exclusividad del control de la dispensación de medicamentos está basada en la aportación de valor profesional por el farmacéutico, que esta aportación se potencia con una gestión empresarial competitiva, y que la regulación del sector cumple, mediante la concertación, con el objetivo de garantizar una prestación farmacéutica universal y equitativa.

A menudo estos planteos teóricos son criticados precisamente por su alejamiento de los problemas reales, el día a día es lo que preocupa y lo que ocupa. ¿Son sólo un paréntesis de elucubraciones? Pues yo digo que debemos abrir el paréntesis.