miércoles, 9 de abril de 2008

Campos


Rojo tierra y azul, mucho azul. Un azul que no tiene límites. Me siento un poco perdido, habituado a los cielos recortados de mi pequeño país. Amarillo tierra y azul, más azul del que puedo contemplar. No intuyo ninguna frontera, el paisaje me sitúa en mi propia soledad. Es un paisaje severo.

Tierra de Campos, camino de Soria. Las aristas de luz hieren mis retinas adaptadas a la luz redonda de las olas. Un vacío que es capaz de abrumarte y al mismo tiempo empujarte a ser más grande, cuando estoy en ese paisaje me hago preguntas nuevas.

Tengo una sensación ilógicamente parecida a la que tuve al aterrizar en Canal Street en el corazón de Chinatown de Nueva York. ¿Qué resorte en mi memoria ha entrelazado la estepa española con la metrópolis americana? No tengo respuesta, pero en el misterio seguramente está el encanto.

Recorrí las quinientas millas que separan el barrio de Beacon Hill, cuna de los Kennedy, y donde, con un poco de suerte, te puedes cruzar con Uma Thurman, en un autobús de una compañía gestionada por chinos que vendía los billetes en una panadería a la que llegué por indicación de mi cuñada Elena que ya hacía años que vivía allí, en West Cedar St. Para un turista como yo, sin esta guía hubiera sido imposible encontrar esa exótica taquilla.

El barrio bostoniano –en el que su arquitectura georgiana te transmite el toque aristocrático británico que el imperio exportaba a sus colonias– contrasta con el desbordante bullicio del desenfrenado hormiguero neoyorquino.

Aquel viaje terminó abruptamente cuando nos avisaron, en un idioma absolutamente ininteligible, del final del trayecto, que hicimos en compañía de viajeros chinos que reían con los chistes de una película que yo no podía entender, mientras comían alegremente.

La llegada fue un sobresalto, nos descargaron en un laberinto de tiendas y de calles inundadas de personas que se movían con un ritmo distinto del que estoy acostumbrado; me sentí perdido, sólo. Tuve la sensación de estar totalmente perdido porque no encontraba las agarraderas que te proporciona tu geografía más cercana. Todo es más relativo, todo es más grande y yo más pequeño.

La enormidad de los campos castellanos y el remolino de la gente en un país lejano hacen plantearme lo pequeños que podemos ser y las realidades tan distintas en las que nos puede tocar vivir.

Saber de los otros, conocer otras realidades distintas a la que nos ha tocado en la lotería de la vida es un reto difícil de alcanzar. Pero es realmente imposible alcanzarlo sin una actitud abierta y sin la voluntad de mirar y escuchar.

Cada vez se me hace más cargante la gente que tiene la osadía de pontificar y que demuestra una pasmosa seguridad al asegurar que lo suyo es lo mejor. Esos que no dudan de nada.

Muchas dudas y muchas preguntas me aparecen estos días mientras leo y releo los estudios que van apareciendo para ilustrar el debate sobre los modelos de farmacia. En todos ellos, de una manera recurrente, se hace hincapié en la exhaustiva capilaridad de nuestro modelo y se resalta como uno de los rasgos más característicos del modelo implantado en nuestro país. Ése que algunos se entestan en llamar modelo mediterráneo de farmacia.

Camino de Soria, allí donde la redondez de las olas mediterráneas se ha transformado en dunas de espigas de trigo que se mueven al ritmo del viento seco, me encuentro con Javier, el boticario de un pueblo de la tierra de campos, un pueblo pequeño, uno de los tres mil ochocientos con menos de quinientos habitantes que salpican el mundo dentro de mis fronteras.

Siempre es reconfortante reencontrarme con Javier en su tierra y poder hablar de nuestras cosas, de nuestras cosas pequeñas que son las más grandes que tenemos. Sin embargo, no podemos evitar hablar de la situación del sector. Javier siempre pregunta, tiene la sensación de que los que vivimos en la ciudad, cerca de donde se cuecen las cosas –como acostumbra a decir– sabemos más. Le comento que a mí me pasa lo mismo respecto a lo que se cuece en Bruselas. Allí se cuece y en mi gran ciudad a lo sumo se huele el aroma del cocido.

Empiezo a desgranar los argumentos que me parecen más sólidos de toda la batería argumental desplegada y me refiero a la imposibilidad de que el mercado pueda configurar una red de farmacias capaz de llegar hasta dónde llega la nuestra.

Javier asiente, aunque un gesto sutil de su boca me indica que algo de lo que digo le incomoda. Siempre que he hablado de este tema con farmacéuticos me han respondido con un gesto de afirmación sin ningún matiz. ¿Qué resorte escondido he activado? Javier ejerce en ese pueblo desde hace cinco años. Instaló la farmacia porque no podía instalarla en un pueblo de la costa mediterránea, donde conoció a Julia, su mujer.

Volvemos a nuestras pequeñas cosas de cada día y mientras estamos en ello, le suena el teléfono. Una urgencia en su farmacia; parece ser que un cólico nefrítico tiene fastidiado al panadero y necesita con urgencia un antiespasmódico y un analgésico. La conversación con Julia continúa mientras tomamos el caldo caliente con el que pretendemos iniciar la cena y mandamos el plato de Javier a la cocina, para que se lo tome caliente cuando vuelva.

Escucho como un aprendiz lo que me cuenta Julia de su vida en esa tierra, en la que me gustaría dejar de ser un turista.

He hecho el firme propósito de no utilizar más el nombre de la pequeña farmacia rural en vano, nunca más voy a justificar ningún modelo utilizando su esfuerzo. La obligación del colectivo va más allá del homenaje. Es imprescindible encontrar mecanismos reales y factibles de promoción y de mejora profesional. Si me ponen en el brete de tener que escoger, no tengo dudas: antes el farmacéutico que el modelo.

1 comentario:

Fco. Javier Guerrero dijo...

Mi nombre es Francisco Javier Guerrero García, soy farmacéutico de El Madroño ó como siempre digo, el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla. Encontré este artículo buscando en blogger por farmacéuticos rurales. Estoy de acuerdo en lo que se comenta en el artículo, hay muchas personas sobre todo dirigentes de la profesión que creen que nuestro modelo es el mejor y que no hay que mejorar nada, pero yo también me llamo Javier y mi pueblo tiene 347 personas censadas de las cuales no vivirán normalmente más de 200, complicándose aún más la asistencia al estar diseminadas entre el núcleo principal y cuatro aldeas. Si estoy de acuerdo en que es necesario el habilitar medidas compensatorias para recompensar el esfuerzo que hacemos los que trabajamos en estas condiciones y que al mismo tiempo somos los que justificamos las "bondades" del modelo. Aprovecho la ocasión ya que no sé configurar el Outlook, para invitarle a visitar un blog que he creado con la idea de que sea un punto de encuentro entre los farmacéuticos rurales y con el objetivo de crear una corriente de ideas que nos lleve a poder para empezar llegar a tener representación en los organismos tanto autonómicos como nacionales.
Le invito a visitarlo y a escribir en él si Vd. lo desea.
La dirección es www.farmaceuticosrurales@blogspot.com y mi dirección de correo es javiggmad@hotmail.com