lunes, 5 de mayo de 2008

Bodas de plata


«Nos pasamos la vida celebrando cosas para convencernos de que la hemos vivido y corremos el riesgo de olvidarnos de vivirla realmente.» El presidente de la CCA (célula clandestina anticelebraciones) acabó con estas palabras uno de sus discursos enardecidos con los que siempre pone colofón a las reuniones de este grupúsculo, alineado en una de las corrientes menos radicalizadas de la misantropía.

En esas reuniones, los tres asambleístas que son la totalidad del censo de asociados ponemos en común la lista de celebraciones a las que no hemos asistido, lo que provoca un cierto ambiente competitivo para comprobar quien la tiene más larga. Son unas reuniones clandestinas a las que no acuden nunca nuestras respectivas mujeres, porque sólo se admite la entrada a los que presentan el carnet y, además, ellas, que no lo tienen, a menudo están en algún cumpleaños de algún sobrino, hermano, cuñada o amigo.

Soy militante también de un grupúsculo mucho más radicalizado, que actualmente está en un proceso de debate interno sobre la necesidad de asumir la lucha armada: el 3AI (avanzadilla anti amigo invisible); prefiero dejarlo claro por si alguno de mis lectores invisibles tiene un ligero atisbo de intención de regalarme alguna agenda electrónica con escáner y cámara de fotos submarina.

Veinticinco años de casado, veinticinco de colegiado, veinticinco «planeandos», veinticinco mil palabras ordenadas con la intención de contar historias para los que las quieran leer y no se aburran en el intento. No sé si las cifras son importantes en la vida, no creo que lo sean mucho, incluso pienso que son banales, aunque tengo la certeza de que los años que no se celebran también nos muescan la piel, ésos también nos marcan profundamente, tanto por todo lo que perdemos como por lo que ganamos con su paso.

Aunque parezca contradictorio –quién es capaz de mantener la coherencia en este mar de dudas–, voy a celebrar nuestras bodas de plata con una fiestaza con mis amigos del alma, un alma que, con los años, ya lo es de mi mujer también:

Perdut en el bosc humit
Perdido en el bosque húmedo
moro cada dia, esperant
muero cada día, esperando

Del llimoner
Del limonero
les llimones altives, ferint l’aire
los limones altivos, hiriendo el aire.

Del pomer
Del manzano
la poma dolça, ferint el teu cos.
la manzana dulce, hiriendo tu cuerpo.

Mi colegio me va a regalar una insignia de plata y voy a permitirme el lujo de celebrar particularmente mis veinticinco «planeandos».

De todas formas, en un intento de no abdicar de los postulados del CCA, voy a intentar que mis celebraciones se alineen formalmente con las estrategias aprobadas en su último congreso extraordinario. Voy a proponer a mi mujer que celebremos nuestras bodas de plata medio año antes de la fecha oficial y este «planeando» realmente es el veintiséis.

Creo que mi colegio será más estricto en los plazos, es comprensible, no es conveniente que las instituciones serias se apunten a los postulados antisistema. He decidido asistir al evento, aunque me dé una cierta pereza estar en la tarima delante de tantos colegas, y que éstos me vean como un veterano. Reconozco que recibir la insignia de plata va a remover lo que ya he vivido, porque aún el más escéptico de todos no puede negar que sus horas de profesión son horas de su vida y veinticinco años ya son un trozo de vida importante. No sé si seré un digno militante de la CCA, pero pienso comprarme una corbata para tal evento.

Aunque las palabras siempre han tenido un encanto especial para mí, la vida no me ha llevado a aprender el oficio de escritor, pero su atracción me ha hecho un osado usador de palabras. Un llenador de desiertos blancos, a imaginar historias que intenten explicar mi historia. A decir, sin oír ni ver lo que el otro te contesta. Escribir veintiséis «planeandos» ha sido una parte de mi vida emocionante porque he conocido a Berta, mi cliente favorita, al Sr. Domingo con su amiga la tensión, a la recauchutada de Port de Reig, a David Nurda y a Clara, que me entrena para sentir neutrinos, a Joan Borrai, a Carlitos, he reencontrado a mi viejo amigo Romà e, incluso, he viajado a Escocia y he ido a beber cerveza con Joe Cricket… ¡Un regalo! Por eso, quiero celebrarlo con mis amigos invisibles que quieran venir a mi fiesta quincenal.

No puedo no estar agradecido con quien me ha regalado esta oportunidad de recuperar las palabras escondidas, unas palabras que, con los años, con las obligaciones, con las ambiciones, han ido envejeciendo en esa pequeña recámara repleta de lo que queremos, escondida en la trastienda de lo que debemos.

Nos separa una generación, pero envidio su ilusión constante por una realidad –estas páginas en las que escribo–, la misma ilusión que tenía cuando éstas eran sólo un proyecto. Una ilusión fácil de sentir por lo que imaginamos, pero tan difícil de mantener por lo que tenemos. Una ilusión serena que se mantiene a pesar de las pequeñas o de las grandes dificultades. Con falsa modestia, rayando la coquetería, utiliza de vez en cuando la palabra provecto para adjetivarse; no sé si acierta en el adjetivo, de lo que estoy seguro es que espero poder mantener una ilusión parecida a la tuya cuando me toquen las bodas de oro. Gracias Josep M.ª Puigjaner.

Al repasar mi artículo he estado a punto de borrarlo de mi viejo portátil. ¿Cómo me he atrevido a mostrar, de una manera tan descarada, mis propias contradicciones? Estoy seguro que mis colegas de la CCA y de la 3Ai van a abrirme un expediente disciplinario e, incluso, corro el riesgo de la expulsión fulminante. Pero voy a asumir este riesgo. Ya me lo dice mi madre: «En el fondo eres un Robinson Crusoe de pacotilla.»

1 comentario:

Nosotras mismas dijo...

Hola,

Atrévete a formar parte de la historia.

Besos