martes, 20 de mayo de 2008

Éxito


Salvador es un tipo con éxito. La elegancia –que nosotros, en una mezcla de admiración y menosprecio, adjetivábamos de pija– ya se intuía en la forma de vestir que tenía en los años setenta. Lo recuerdo con sus mocasines color burdeos, brillantes hasta el exceso, combinados con unos tejanos gastados en su justa medida –siempre con la etiqueta roja en el bolsillo trasero derecho–, su cinturón de piel ocre y un jersei verde esmeralda con un cocodrilo cerca del corazón.

La evolución de Salvador ha sido constante e imparable, ahora es un perfecto caballero que ha cultivado con esmero, constancia y con muchas cenas de kiwi y queso fresco, esa elegancia natural que algunos tienen grabada en algún rincón de su genética. Los trajes que viste actualmente se adaptan a su cuerpo con precisión italiana y esconde sus ojos –innecesariamente– detrás de unas pantallas negras, que acentúan un cierto aire de misteriosa superioridad, pero en lo que realmente destaca es en su habilidad especial para escoger la corbata que va a utilizar.

Esa elección es una parte fundamental de un ritual matinal que repite con la misma disciplina y vocación con las que Enriqueta –la vecina del piso de abajo de la casa de mis abuelos– se ponía la mantellina para acercarse a su misa diaria de las ocho. Me pregunto como es posible escoger la más adecuada, de las casi cien, que almacena cuidadosamente en el vestidor de su habitación, pero por difícil que parezca, él lo consigue siempre. ¿Será un premio divino a su devoción matutina?

Sinceramente, espero que Dios no dedique parte de su infinito tiempo repartiendo favores a quien tiene la virtud de la elegancia, pero con o sin intervención divina, lo cierto es que Salvador es un modelo para muchos y un ejemplo a seguir. Lo que más admiro de Salvador es su coherencia y su constancia. Ha sabido desarrollar unas aptitudes naturales y ha conseguido elaborar una imagen sólida.

La terraza en la que hemos quedado para ir al pabellón de deportes donde juega nuestro equipo favorito está iluminada y calentada por un sol de mayo. Mantenemos una buena relación desde que jugábamos en el equipo de la escuela. A mí me tocó fajarme durante diez años debajo de los tableros, donde aprendí todos los trucos y las triquiñuelas de los hombres grandes del básquet, sin las que era imposible tener éxito; Salvador, en cambio, era un tirador, un tipo con estilo y el máximo anotador del equipo. Nunca defendió demasiado, todos lo sabíamos, incluso él lo sabía, pero siempre metía más puntos que nadie y era, además, el que se ligaba a la más guapa. Lo dicho, un tipo con éxito.

Salvador se dedicó al marketing, en otra muestra más de su coherencia, y en estos momentos tiene una cartera repleta de clientes. Casi cada vez que nos encontramos acabamos hablando de la necesidad, de la urgencia, según él, de que elabore un buen plan estratégico para la farmacia.
Decido acercarme a nuestra cita, paseando tranquilamente. Es un día en el que se nota poco la polución y Barcelona parece limpia, como si la hubiesen barrido, fregado y abrillantado durante la noche. En mi paseo me voy deteniendo en las farmacias que se han renovado últimamente, que son muchas. Todo parece indicar que las reformas han sido rentables, los espacios están diseñados siguiendo directrices bien estudiadas. Las farmacias cada vez son más elegantes, me apunto las direcciones para preguntarle a Salvador si ha asesorado a alguna de ellas.

No me cabe la menor duda, Salvador, que es un profesional competente, es capaz de implantar soluciones de éxito para las farmacias, cada vez lo veo más claro. Este dinamismo del sector me parece un síntoma de buena salud, pero es preocupante que no existan modelos alternativos. En mi paseo no soy capaz de encontrar modelos exitosos centrados en parámetros distintos de los que Salvador resalta como fundamentales en sus informes.

«Espacio y más espacio para la exposición, para vender es preciso exponer adecuadamente y vender, no lo olvides, es lo que es rentable. Una lógica aplastante a la que es realmente necio substraerse ¿no crees?» –me habla, en un tono que desprende seguridad, el angelito vestido de Armani que revolotea cerca de mi oído izquierdo–. «Son farmacias en las que el farmacéutico vigila su espacio sin que se le note demasiado» –me susurra al oído derecho Pepito Grillo, ese romántico tocapelotas que no logro sacarme de encima–, «donde el farmacéutico se va convirtiendo poco a poco en un experto en logística, merchandising y gestión de equipos de ventas». «Lógico –insiste mi trajeado angelito–, para tener rentabilidad se tiene que aprender a gestionar. Una lógica contundente a la que es irresponsable negarse». «Son farmacias en las que el punto de encuentro entre paciente y farmacéutico se ha diluido en un bosque de expositores» –insiste, mi mosca cojonera particular. ¡Vaya jolgorio en mi cabeza!

Ya me he acostumbrado a vivir con este debate permanente en mi cabeza, no me preocupa. Lo que realmente me quita el sueño es que no he visto ninguna farmacia con un modelo exitoso basado en otros parámetros distintos a los que propugna Salvador. ¿No será que realmente no existe el éxito para los que no les atraen los trajes de Armani?

No queda mucho tiempo para poder demostrar que los farmacéuticos podemos edificar una farmacia con los cimientos basados en el paciente, en el medicamento y en su uso adecuado. No me parecen incorrectos los análisis y las propuestas de Salvador, pero me parece preocupante y arriesgado que el foco principal de la estrategia para conseguir el éxito deseado sea precisamente la salsa del filete y no la carne.

Si no somos capaces de establecer un modelo con recorrido y con ejemplos a imitar, me veo comprándole un proyecto a Salvador, de la misma forma que tengo que perder algunos centímetros de mi más que incipiente barriga, incluso seguramente tengo que comprarme unas gafas negras, muy negras y grandes, muy grandes. Y también dos o tres corbatas.

No hay comentarios: