martes, 15 de julio de 2008

Teufelkreise


Me gustan las cartas viejas, soy uno de esos enamorados de los sellos antiguos, filatélicos nos llaman. Tenemos fama de aburridos, de antiguos –cosa de viejos–, pero a mí me gustan los sellos y no sé si soy antiguo y aburrido; es cierto que algunos lo piensan, incluso algunos me lo dicen, pero yo no me considero ni lo uno ni lo otro. De viejo, prefiero no hablar. Estos días me está resultando difícil digerir que, al entrar en casa, me encuentre con un tipo más grande que yo, y que ése sea mi hijo. Acostumbrado a jugar de pívot y a ser el más alto de la clase, la cuestión de la vejez y de la merma la llevo a flor de piel.

Me gustan esos papelitos que guardan retales de historias; coleccionándolos, parece que puedas guardar un poco el tiempo, esa anguila escurridiza que se nos escapa entre las manos para perderse en el río de todos los tiempos.

Desde hace tres años, participo en un foro virtual de amigos de los sellos y me lo paso en grande. Las nuevas tecnologías me han acercado a amigos que, de otra manera, no serían ni amigos imaginarios. En mi rincón de casa, donde puedo vivir tranquilamente con mi desorden, me conecto con ellos.

No soy un forofo de las máquinas informáticas, ni me leo las revistas de novedades para estar a la última, pero tengo decidido cambiar todo mi equipo. La semana pasada estuve en casa de mi cuñada. A su marido no le gustan los sellos, pero, en cambio, él sí que compra todas las revistas de novedades informáticas. En una esquina del salón de su apartamento tenían un ordenador nuevo. Decidí que quería uno igual. Sin probarlo, sin saber nada de su tarjeta de vídeo, ni de su procesador, ni de la RAM, ni de la ROM, ni de nada, quiero uno igual, ¡sin cables!

Nunca, hasta hoy, me había atrevido a comentar con nadie mi odio profundo a los cables de los equipos informáticos, no me había atrevido porque pensaba que ese odio era una manía llevada al extremo de la irracionalidad. Pero, cuando salió el Sr. Roca de la farmacia, supe que declararía la guerra a los cables de ordenador.

Su calva brilla como el mármol pulido, barnizada por tantos días sin pelo. Ni uno. Un bigote oscuro, de esos que ya no se llevan, compensa, en parte, su calvicie. Siempre está risueño. Le acompaña una cartera de oficinista con la que va cada mañana al parquet de la Bolsa a seguir sus inversiones. Compra y vende después de analizar los gráficos y descubrir en ellos las tendencias que esconden. Es economista y abogado. Estudió Economía en su juventud y ganó unas oposiciones durante el franquismo para entrar en el Ministerio de Hacienda. El mes pasado, acabó la carrera de Derecho, con la que no ha disfrutado demasiado. Le gustan las normas, pero prefiere las leyes de los números a las de las persona. Después de su paso por la Administración, trabajó muchos años en una multinacional alemana, allí en Leverkusen. Una vez por semana viene a tomarse la tensión y hablamos de la bolsa y de política. Es un tipo peculiar, un germanófilo, republicano, nacionalista y conservador, pero sobre todo es un conversador. Le entusiasma hablar de lo que sea que le permita decir algo en alemán.

Cuando me ve salir del despacho, me saluda educadamente, acaba de tomarse la tensión, el tratamiento que le han indicado no acaba de regulársela. En su caso, obviamente, no se trata de incumplimiento, sencillamente no aciertan con la combinación de fármacos adecuada.

– Le veo malhumorado, Sr. Francesc. No se preocupe, ¡la bolsa volverá a subir!

– No es eso, Sr. Roca, no es eso. Estoy harto de los cables del ordenador. Si falla algún aparato y tienes que arrodillarte para desconectarlo, ese barullo infernal de cables entrelazados me saca de quicio, parece que los gusanos de plástico escojan siempre el camino más difícil. ¿Cómo es posible que se arme ese lío sin que nadie los toque? A veces, me pregunto si algún duende maléfico se dedica a embarullarlos sin otra intención que hacer la madeja lo más enmarañada posible.

– Yo tengo un ordenador sin cables, lo compré en mi último viaje a Alemania. De todas formas, esa tendencia al lío no es exclusiva de los cables de ordenador. En todos los conflictos y en las negociaciones para resolverlos aparecen duendes que se dedican a dificultarlas. Se confunde, a menudo, el debate abierto y ordenado con las declaraciones sin ton ni son. Se confunde el canto coral con el ruido y el ruido no amansa a las fieras. El ruido sólo es capaz de generar más ruido, como si se tratara de un círculo vicioso, diabólico. ¡Teufelkreise! Los alemanes tienen esa palabra para definirlo. Con una tienen bastante. Son eficientes incluso en el idioma.

Mientras el Sr. Roca se va, después de escuchar su larga receta para romper el círculo vicioso en el que ha caído la economía, intento memorizar: Toi…Toifelcr….Toifelcraise.

La informática ha encontrado la solución, la conexión sin cables. Algunos piensan que existe una solución igual de mágica para el conflicto en el que está inmerso el sector de las farmacias en Europa y que allí lo que sucede es que unos duendes maléficos son los que nos complican la vida. No es así, no.

Los modelos pueden organizarse desde concepciones distintas de los mercados, de las profesiones y de los intereses. No existen soluciones mágicas. Que nuestra concepción de la farmacia salga reforzada del debate que se ha generado requiere perseverancia, argumentación y apoyos. Las condiciones para intentar conseguir el éxito tienen que ser que exista un debate interno ordenado y transparente, unos objetivos claros y una voz que transmita sin interferencias lo que la mayoría de los farmacéuticos queremos y creemos. ¿De eso se trata, no? Lo que es imperdonable es que los duendes estén dentro del propio sector.

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