jueves, 7 de mayo de 2009

El diccionario


La calle es estrecha y las aceras parecen de charol por el brillo del agua. La lluvia no ha dejado de mojar con parsimonia los adoquines desde la madrugada. La puerta de la librería de libros usados se abre hacia fuera. La luz en el interior es tenue, es de un amarillo paja que hace juego con el blanco envejecido de las hojas de los libros que ilumina sin desnudarlos. Es una luz pudorosa, respetuosa con los años y con las raspaduras de los libros viejos.

Un olor de polvo viejo me saluda cuando tiro del picaporte de la puerta de madera oscura y cristal translúcido. Un antiguo perfume de letras y palabras impresas, una fragancia llena de matices de tintas y de papel que se va diluyendo lentamente en el aire. Polvo de libros viejos.

Hace meses que estoy buscando La pell de brau, de Salvador Espriu, editado en 1960 por los Llibres de la Lletra d’Or, para regalársela a mi amigo Leopoldo cuando vaya a verlo a Vigo. Espero que le guste, que la añada a su colección de primeras ediciones de grandes autores y la saboree cerca de la ventana de su salón mientras cae la lluvia espesa de Galicia.

Parece que el abrigo gris del único cliente que se mueve entre las estanterías está completamente seco. Da la sensación de que el cliente no ha salido de los pasillos estrechos en todo el día. Está absorto, pasando lentamente las páginas de un libro grueso. De vez en cuando parece que levanta la vista del libro y la expresión de la cara refleja alegría con un brillo infantil en sus ojos. Parece la expresión que tiene un niño al abrir el regalo traído desde el lejano oriente por sus magos que pronto dejarán de serlo.

Tengo curiosidad por las historias que poco a poco van tejiendo la gran novela que supuestamente está leyendo, las descripciones minuciosas de paisajes misteriosos, los retratos de personajes que van mostrando facciones ocultas, las frases de ritmos redondos, y tengo envidia y curiosidad por saber más de la historia que debe estar disfrutando. Parece una persona afable y educada, lo que me incita a acercarme a él y preguntarle por el autor de su estimulante lectura.

– ¿De quién es este monumento de la literatura?–. Una estúpida manera de empezar una conversación, «monumento de la literatura» es un insulto a la inteligencia, una cursilada, un sacrilegio imperdonable en un santuario de palabras, pero a veces para iniciar una conversación se cae en esas estupideces. Me siento como un adolescente lanzando el anzuelo con el manido: ¿estudias o trabajas? Un rubor de vergüenza se encarama a mis mejillas, aunque la tenue iluminación de la cripta de papel lo disimula eficientemente.

El lector del abrigo gris me responde, con una elegancia exquisita, que el libro que está leyendo no tiene autor y no hace ningún comentario irónico sobre mi pregunta. Se lo agradezco. Me explica con sabiduría que los diccionarios son como cofres en los que se esconde un tesoro de palabras. Una urna que puedes vaciar lentamente mientras descubres piedras preciosas de colores imposibles.

Me quedo sin palabras en un mar de palabras. Debe ser esta mudez la que me impide presentarme como corresponde. No logro comprender del todo la fascinación que el diccionario provoca al lector del abrigo gris, que educadamente se presenta, él sí, como Fabián Badía Ensenada. También me cuenta que se dedica a la abogacía en un pequeño bufete, pero que su verdadera vocación es la de descubridor de palabras, por lo que, cuando tiene tiempo, lo que sucede a menudo, lee y relee un diccionario, saboreándolo como una copa de brandy antiguo, sin prisas.

El encuentro en la librería es un recuerdo que siempre está presente en todas las conversaciones que hemos tenido a partir de aquel día. Nos vemos y nos hablamos cada mes y Fabián me trae palabras, me enseña sus descubrimientos.

Hace ya algunos meses que Fabián parece menos apacible, como si algo le molestara lo suficiente como para romper esa serenidad que siempre refleja su fisonomía. Leo, como cada mes, su lista de palabras preciosas, pero hoy me interesa más saber lo que crispa las arrugas suaves que nacen en el extremo exterior de sus ojos.

Fabián me cuenta que cada día está más preocupado por la utilización indiscriminada de lo que él llama palabras paraguas. Palabras que sirven para parar el chaparrón. Escudos que impiden la utilización de las palabras realmente adecuadas.

¿La espectacularidad es la única característica de las buenas acciones de los jugadores de fútbol? ¿Dónde están la habilidad, la potencia, la inteligencia, la imaginación, el virtuosismo, la coordinación, la velocidad, la plasticidad, la belleza?

¿Cómo es posible que la transversalidad sea la solución mágica para todo, para la política, para las empresas, para las relaciones sociales, para las relaciones familiares? ¿Sirve la transversalidad para un barrido o para un fregado?

Me voy del encuentro preocupado y me olvido de la lista de palabras que me ha traído Fabián. Salgo de nuestro rincón en el Café del Centre, de la mesa redonda de mármol blanco situada en el fondo del local, detrás de un biombo de madera, pensando en las palabras paraguas.

Al llegar a la farmacia me encierro en mi rincón de lectura para descubrir algún espécimen de palabra paraguas en las publicaciones profesionales. Encuentro una. Realmente fea. Interoperabilidad. Tiene todos los síntomas de ser una de ellas. Se repite constantemente. La interoperabilidad parece ser el mayor motivo de preocupación en el despliegue de la receta electrónica, parece que todos los problemas se deban a la interoperabilidad perdida.
Pero, ¿como influirá la receta electrónica en los futuros conciertos con las consejerías de Sanidad? ¿Favorecerá la receta electrónica un mejor uso de los medicamentos? ¿Ayudará la receta electrónica a disminuir la carga burocrática que debemos soportar los médicos y los farmacéuticos? ¿Será un instrumento útil de coordinación efectiva de los profesionales sanitarios? ¿A nadie le preocupa la manera de financiar el proyecto? Parece que todo dependa de la interoperabilidad. A veces me pregunto por qué los diccionarios son tan gruesos si con una sola palabra podemos responder a tantas preguntas.

No hay comentarios: