jueves, 8 de octubre de 2009

Despertar


A esta hora de la mañana el mar que se acerca tímidamente para lamer la playa tiene un color que aún no es suyo. Tiene un color prestado por el sol aún adormercido. Me he levantado pronto, no sé si por la luz tamizada por las rendijas de la persiana, por el colchón de mi cama que es un colchón diseñado para torturar mis lumbares o por el canto de las últimas sirenas, que han pasado toda la noche jugando entre las olas y que, según cuentan los que las han visto, cuando el mar tiene este color que no es el suyo marchan en busca de otras playas en las que encantar con su canto a quien se atreva a escucharlas. Un canto que se confunde –me confunde– con el sonido blando de las olas y recuerda –me recuerda– la respiración perezosa de los amantes cuando caen agotados de tantos besos.

La máquina que arrastra un tractor de un color verde envejecido por los golpes del viento salado emite un ronroneo –amortiguado por la distancia que hay entre el balcón de mi habitación y la playa– que se mezcla con los sonidos de la mañana mientras va ordenando lentamente la arena; un orden que, a causa de las pisadas de los bañistas que durante todo el día hundirán sus pies en la arena cada vez más caliente, irá evolucionando hacia un caos de huecos y montículos ubicados siguiendo un misterioso patrón que nadie podrá descifrar. Ahora que la arena ordenada todavía parece una alfombra ligeramente ondulada y estampada por las piedras que se reparten aquí y allá, guarda la frescura que poco ha poco ha ido atesorando durante la noche huérfana de sol.

El extremo oeste de la playa –la playa está orientada al norte, de cara a la tramontana, es como si el viento hundiera persistentemente la roca donde se asienta el monasterio cisterciense y el mar aprovechara ese hueco para colarse y poseerla– ya recibe las primeras caricias del sol, unas caricias que cada vez son más atrevidas, más contundentes. El sol empieza a amar a la playa con una pasión juvenil, que ya se intuye, desbordada. Un abrazo intenso que va a durar todo un día de agosto.

Me gustaría haberme despertado así, pero la luz del patio que separa el edificio de mi piso con el edificio vecino no es la luz del sol de la playa, es una luz maquillada por el humo de los talleres y por los neones de los anuncios de las tiendas. Es una luz que me dibuja con otra cara y con otro cuerpo. Me pregunto si es la luz distinta o si yo soy el mismo. ¿Me han encantado esos cantos de sirena? ¿Dónde se ha quedado mi otro yo? Mi yo, ése que se mece en las aguas de un mar de un color prestado por el sol y se deja querer por los abrazos de las sirenas, ¿ha venido conmigo o soy yo que me he ido en busca de otras playas y un espejismo de neón es el que se despierta perezosamente encima de la cama con somier articulado y colchón de látex?

Me siento pesado como la ciudad en la que –yo o mi otro yo– me he despertado. Me pesan las piernas por la humedad sucia de la ciudad, y me pesa la nostalgia del recuerdo de mi otro yo al que me imagino bailando con erizos y anémonas rojas, en algún laberinto de rocas que juguetean en los dominios del mar, que se deja seducir displicentemente como una joven que sabe que siempre va a bailar con el que ella quiera.

No me podré escapar de esa luz lechosa y espesa que me atrapará en esta ciudad como una mariposa clavada en una caja de cristal transparente. Una más de las muchas, todas iguales, que un coleccionista de vidas va colocando ordenadamente y va almacenando para no mirárselas nunca más. Mi otro yo no vendrá a rescatarme; ni yo voy a encontrarlo porque estará en una cala de mi memoria que sólo la conocen las sirenas.

Me siento solo, clavado en esa caja de coleccionista, no me queda ni el destello de mi playa. Mi playa –me gusta llamarla así, como un adolescente que cree estúpidamente que la heroína de su cómic favorito es su novia– no es mía, ella sólo pertenece al sol. A ella sólo le importa cuando llega el sol para prestarle el color al mar que, como cada mañana, la acariciará con pasión. Yo sólo puedo mirarla, pero nunca podré tenerla. Soy demasiado pequeño para ella, soy como una polilla de esas que revolotean desordenadamente alrededor de las farolas encendidas en las noches calurosas de agosto.

¿No soy yo de este mundo, en el que la niebla de los humos, de los ruidos y de la humedad sucia, son mis compañeros de viaje? Aquí está mi caja de cristal y yo en ella, éste es mi sitio, el que conozco y en el que no soy un extraño. Aquí, por la ventana por la que se cuela el olor de mis vecinos, la luz lechosa de cada mañana me marca el ritmo de mi vida, la misma que guarda el coleccionista desconocido. Aquí no me siento un extraño, pero a veces me pregunto cómo debe verme mi otro yo. Cómo me verá desde esa luz transparente, cómo me verá a través de esta niebla que me envuelve y me pregunto si llorará por mí cuando tenga un momento de reposo en su baile con los erizos, las anémonas rojas, las olas, las rocas y las sirenas.

Mi primer día de vuelta al trabajo acaba de empezar. Otra vez. j

Nota. Leído en un diario digital. Unos excursionistas que practicaban escalada en las rocas más abruptas del Cap de Creus han encontrado el cuerpo de un hombre joven en una cala escondida, no se conocen las circunstancias de la muerte. Uno de los excursionistas ha declarado que cuando encontraron el cadáver les sorprendió que el cuerpo estuviera cubierto de erizos y anémonas rojas y también la expresión de su cara. «Parecía que estuviese durmiendo después de una fiesta de baile y de besos». Comentó el excursionista con cara de envidia.

2 comentarios:

JMP dijo...

Me gusta la diversidad de temas que aparecen en este blog; parece inagotable la imaginación del autor que, en definitiva, lo que hace es expresar, como un pintor expresionista, sentimientos y vivencias propias en un marco de realismo poético que ya es difícil de conseguir en los tiempos que corren.
Enhorabuena Cesc!!

Francesc Pla dijo...

Te agradezco tus palabras, son de una amigo, un amigo que me ve con buenos ojos. Escribiría sin palabras cariñosas como las tuyas...pero ayudan, gracias.

¡Ah el tiempo!Sobre los tiempos que corren podríamos hablarcon calma, en una sobremesa larga y estoy convencido que nos pondríamos de acuerdo en que son los que tenemos y por eso son los mejores, porque son los nuestros, el pasado y el futuro son sueños.