martes, 2 de octubre de 2012

Crisis


Pablo Colomer Arribas nació en Cuba, pero casi no se acuerda de ella. Su abuelo Pablo Colomer Estany aún es el propietario legal de una casa en La Habana, pero él se resiste a ir a visitarla. Teme encontrarla desconchada y habitada por personas que nada tienen que ver con su familia. Su padre, Pablo Colomer Rosique volvió a Barcelona en los días en los que el ejército capitaneado por Fidel Castro derrotó al dictador Pedro Batista y Zaldívar y el mundo cambió para su familia; él entonces tenía tres años.

De vez en cuando me cuenta que recibe cartas de amigos de sus padres que viven en Miami. Me guarda los sobres de esas cartas porque conoce mi afición filatélica y aprovecha la ocasión para hablar de esos vagos recuerdos, casi espejismos, que almacena en los rincones más oscuros de su memoria. Alguno de esos exiliados, antiguos amigos de sus difuntos padres, transformados en ricos jubilados norteamericanos, le vienen a visitar, y en alguna de esas contadas ocasiones hemos coincidido todos en una cena o en algún cóctel en el jardín de su casa. En esas reuniones transgeneracionales sólo existe un tema tabú: Cuba.

Nos conocimos, como muchas veces sucede, a través de un conocido –ahora, amigo– común. Jaime Colomines Perellada –el nexo entre Pablo y yo– tiene una casita de veraneo cerca de la casa donde veranean mis padres, en un recodo de un riachuelo muy próximo al paisaje familiar en el que yo disfruté de mis veranos de mi etapa de púber y de adolescente. En esos años Jaime y yo no nos conocíamos aún. Lo conocí años más tarde cuando ambos ya estábamos casados, y fue entonces cuando empezó nuestra relación.

Jaime y Pablo se conocían desde algunos años antes. Se conocieron mientras perdían el tiempo haciendo ejercicios militares, cuando aún era obligatorio que los jóvenes españoles lo perdieran. Yo no tuve que pasar ese trance gracias a mi diabetes, que ya empezaba a asomar sus síntomas por aquellos años. Esa etapa castrense que los puso en contacto –algo bueno tuvo ese periodo oscuro de su juventud– continuó con una serie de episodios entrelazados que son parte del tramado sobre el que se tejió después el tapiz de la pequeña historia de nuestra relación. Ahora somos tres parejas de amigos. Los tres nos hemos casado y vivimos con las mismas parejas con las que hemos tenido hijos. Alguno de esos hijos ya tiene hijos. Ya empezamos a ser un grupo de jóvenes abuelos.

Siempre me ha atraído el misterio que se esconde detrás de las casualidades. Es una atracción por lo desconocido, la misma atracción morbosa que tengo al mirar una larga ecuación diferencial. Entre esos signos e incógnitas que esconde un orden, lo sé, lo intuyo al menos. Allí, como un felino agazapado, está la clave de un gráfico concreto, se esconde una línea que podrá ser dibujada en un marco formado por los ejes de ordenadas y abscisas, pero que yo soy incapaz de descifrar.

La magia de estas carambolas históricas reside en que no existe un hilo común que cosa un relato coherente. Los sucesos van concatenándose sin orden aparente, pero algunas veces, pocas, se ordenan como si fueran moléculas de dióxido de silicio y cristalizan. Nuestra amistad es como un cristal de roca. Una bonita casualidad.

Pablo viaja por todo el mundo vendiendo maquinaria pesada para grandes empresas multinacionales. Conoce todos los continentes, habla correctamente cinco o seis idiomas y se siente poco arraigado en el país donde vivimos. Aún no sé si es debido a su abandono prematuro de la isla caribeña. De hecho, no tiene ni la nacionalidad del país donde vive. El siempre dice que sólo se siente de su familia y poco más. Es un individualista liberal que desconfía de cualquier cosa que desprenda cualquier tufillo de control estatal.

Jaime es un hombre de derechas, le gusta la tradición y es un ferviente defensor de la familia tradicional y de los valores religiosos católicos. Con los años y con los hijos ha ido relajando la rigidez de sus ideas. Intuyo que ha ido valorando cada vez más los sentimientos, va descubriendo que para él sus sentimientos son más importantes que los dogmas de los otros. Es de esas personas a las que los años les modela el carácter en vez de cincelarlo. Era el propietario de una empresa familiar de curtidos que hace unos años tuvo que cerrar a causa de la competencia de los productos venidos de Turquía. Ahora trabaja en una gran compañía dedicada a la joyería, es el director de la sección de regalos para empresas.

Hace un par de años que la crisis económica es un tema recurrente de nuestras conversaciones. Los tres la hemos vivido y aún la estamos viviendo de distintas maneras.

A Jaime, el cierre de su empresa le golpeó primero, aunque su optimismo le permitió superar el trance. En el fondo, tuvo suerte de que su crisis particular se avanzara al gran tsunami que amenaza con arrasarnos a todos. Ahora trabaja para una empresa muy sólida y, aunque las ventas han disminuido, el sector del lujo es de los que resisten mejor los embates de la recesión en el consumo.

Pablo decidió hace cuatro años, después de muchos problemas contractuales, iniciar una aventura empresarial propia. Es una persona orgullosa y con una capacidad de trabajo admirable, pero el esfuerzo para superar la apatía del mercado le está suponiendo poner en riesgo incluso su salud.

Cuando vuelvo a casa después de alguno de nuestros encuentros me siento más solidario con los demás. Comparto con mis amigos la dureza de la situación y soy capaz de mirar un poco más allá de mis propios problemas. Sé por sus palabras y por sus expresiones que les sucede lo mismo que a mí con las suyas cuando les cuento los recortes constantes que sufre el sector y la situación crítica que muchos de mis colegas están soportando por los incumplimientos de los pagos por parte de la Administración.

Sin embargo, nuestros mejores momentos los tenemos cuando hablamos del futuro, del nuestro, el de nuestros hijos e incluso el de nuestros nietos. 

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