Mariposas
Los prados situados en las estribaciones
del macizo del Montseny eran el destino de muchos de mis paseos veraniegos. En
agosto, los días soleados, parecían una alfombra tejida de gramíneas, amapolas
y flores de cardo por la que corríamos y retozábamos hasta que se ponía el sol.
Esa alfombra vegetal multicolor atraía un enjambre de mosquitos, moscas, tábanos, abejas y avispas
que revoloteaban encima de ella sin orden aparente, conformando una nube
caótica de vida. Esa nube también contenía otros visitantes alados que
enriquecían con nuevos colores el chispeado de flores multicolores y que
alegraban el ambiente con su grácil aleteo. Las mariposas volaban entre
nosotros, parecía que jugábamos juntos.
Las gramíneas que inundaban esos campos
atraían a la medioluto ibérica (Melanargia lachesis), una elegante mariposa de
alas blancas con mancha negras muy marcadas formando un tablero de ajedrez
aéreo. Las flores de cardo eran el objetivo de la Vanesa (Vanessa cardui), que
alegraba el ambiente con sus alas de colores anaranjados ribeteados de negro
con manchas blancas. Sin embargo, yo tenía predilección por la hormiguera de
lunares (Maculinea arion), una mariposa de alas azul celeste con lunares
negros, cuyas orugas se alimentan de orégano y tomillo. Es una mariposa
delicada que parece una aguamarina voladora, una joya de la naturaleza. Al cabo
de unos años descubrí en los libros de ciencias naturales que las orugas de
esta mariposa se dejan caer al suelo. Allí son recogidas por las hormigas del
género Myrmica, que son atraídas por los efluvios que emiten las orugas de los
licénidos. Las hormigas, en un gesto cuando menos sorprendente, las trasladan a
su hormiguero, donde se alimentan de las larvas de las mismas hormigas mientras
esperan transformarse en crisálida.
Tengo la extraña sensación –una variedad
de incertidumbre parecida a la que provoca la indetectable presencia para los
sentidos de los fantasmas– de que las mariposas ya no revolotean alegres por
los campos como lo hacían esos días infantiles. Es una ausencia tan sutil como
la presencia de los fantasmas, una ausencia de algo que para muchos sólo
constituye un adorno estival que nos alegraba los paseos infantiles. Debe de
ser la sutileza de su ausencia la razón por la que generalmente la mayoría nos
permitimos ignorarla. La indiferencia, demasiadas veces, acaba siendo una
compañera indeseable de la discreción.
Ayer, después de mi descenso matutino
hasta la puerta acristalada de la finca, donde recojo el periódico al que estoy
suscrito –me gusta desayunar en la mesa del comedor mientras lo leo–, durante
el viaje de retorno en ascensor, mientras lo hojeaba a modo de aperitivo, me
fijé en una foto de una mariposa a todo color en la esquina superior izquierda.
La imagen era la de un precioso ejemplar de macaón, reposando con las alas
abiertas en una flor de una umbelífera violeta. La imagen, mostrando todo el
esplendor de los dos ocelos rojos en la parte inferior, que acaban con unas
colas parecidas a las de las golondrinas.
No es muy habitual que las mariposas
ocupen un sitio destacado en las portadas de los periódicos, que suelen
reservarse para cuestiones políticas, económicas o simplemente a las malas
noticias. Sin embargo, al leer el titular que acompañaba la imagen de un precioso
ejemplar de Papilio machaon entendí su presencia en un lugar tan destacado de
la prensa. Lo que era tan sólo una sospecha se había transformado en una
realidad tangible y contundente, científica: «Las mariposas desaparecen».
Mientras sorbía el café con leche
humeante busqué y me detuve en las páginas interiores del periódico que
contenían un interesante artículo sobre los efectos devastadores del avance de
los bosques y del drástico retraimiento de los prados de flores, sobre la
población de las mariposas. Una mezcla de tranquilidad y de desilusión acompañó
esa lectura. La tranquilidad que te da el saber lo que realmente está
sucediendo, lo que explica con todo detalle un biólogo experto en lepidópteros,
aunque su relato sea implacable. La desilusión de descubrir que el fenómeno no
tiene que ver con algo mágico. Tenía la leve esperanza de que esas pequeñas
hadas aladas tan sólo estuvieran retiradas a un aposento mejor, escondidas en
un paraíso recóndito, lleno de flores, mientras debatían sobre la conveniencia
de su vuelta a nuestro mundo.
Mientras seguía con la vista perdida el
humo blanco que desprende la taza que mantengo asida entre la mesa y mis
labios, mis pensamientos se dirigieron hacia el recuerdo de un encuentro que
tuve con un colega de profesión en Toledo en el que las mariposas también
fueron nombradas en la conversación que mantuvimos.
Alberto Tomillo Hidalgo es amigo mío
desde que coincidimos en un congreso farmacéutico en el que pudimos conversar
largamente sobre los efectos –también devastadores– de la crisis sobre nuestro
modelo de negocio. Fue una conversación larga en la que participaron otros
colegas y que duró hasta altas horas de la madrugada. La memoria tiene una gran
ventaja, te permite seleccionar las secuencias que más te interesan y así
ahorrarte pasajes, seguramente interesantes, pero que no aportan nada a lo que
en el momento que estás recordando te interesan.
– La situación se va convirtiendo en
insostenible.
Alberto es delicado en sus expresiones y
en sus ademanes, pero conciso en sus ideas.
– Alberto, ahora ya no nos sirve de nada
analizar los efectos de la crisis, en eso estamos todos de acuerdo, deberíamos
estar reflexionando sobre los cambios que tenemos que promover para poder
competir en la nueva situación.
– Siempre has sido un adelantado, incluso
un visionario. Hace años que te escucho el mismo discurso y las cosas no han
sido tan dramáticas como tú predices.
– Yo sencillamente digo que nuestro
modelo de negocio ha demostrado ser frágil y que en estos años no hemos logrado
tener una posición central en el sistema sanitario. Esa debería ser nuestra
línea de reflexión.
Alberto no lo ve claro, pero su respuesta
es clarificadora.
– Tienes la cabeza llena de mariposas.
Seguramente.
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