Las manos
Mientras transcurre la conversación, la
mirada de Roberto se desvía constantemente hacia las manos de Federico. Los
dedos se proyectan hacia las puntas con delicadeza, pero sin fragilidad. Son
unos dedos que Roberto siempre hubiera querido tener.
¿Cómo debe ser la vida con unos dedos
largos y finos?
Sus manos, aunque grandes, son regordetas
y sus dedos carecen de delicadeza. No son unas manos rudas, pero, ni mucho
menos, tienen la elegancia de las de Federico.
– Tienes demasiadas dudas.
Mientras espera que la frase continúe,
observa como la mano abraza el vaso ancho lleno de agua mineral gasificada
burbujeante y, al contraluz de la ventana, las pequeñas chispas que afloran del
vaso como si se tratara de una pequeña erupción acuosa. Puede abrazarlo sin
ningún esfuerzo, a pesar de que es uno de esos vasos anchos en los que caben
tres cubitos de hielo sin necesidad de amontonarse unos encima de los otros.
– Lo nuestro es un ejemplo más de los
cambios que están desdibujando la sociedad que conocieron nuestros padres y que
nosotros creíamos que sería la nuestra, pero que no va a ser.
Las palmas de las manos abiertas son un
perfecto colofón a la sentencia de Federico. Son como el último plano de un
western, en el que, sobre un anochecer en el desierto, aparecen desde el
infinito, haciéndose cada vez mayores, las últimas palabras: The End.
– Estás demasiado obsesionado en nuestra
especificidad, en un mundo en el que lo especial cada vez es más difícil de
justificar. Los farmacéuticos de la generación de nuestros abuelos eran
personalidades de peso, junto con el médico, el capitán de la guardia civil y
el rector de la parroquia. Eso ya ha pasado a la historia. Lo nuestro ahora es
gestionar y rentabilizar un espacio que aún conserva unos valores, como la
accesibilidad y la confianza, muy atractivos para el cliente preocupado por su
salud. Tenemos que ser valientes y aprender a ser competitivos.
Las palabras de Federico fluyen sin
vacilación, mientras Roberto baja su mirada hacia sus gruesos dedos que están
apoyados sobre la mesa. La tranquilidad que transmite Federico, la misma que
sus manos, no se parece en nada al rápido repicar de su dedo anular. Un gesto
que denota una cierta inseguridad o incomodidad o ¿por qué no? contrariedad.
Hace ya unos cinco años que unas leves
manchas de color ocre oscuro van apareciendo en sus manos. Un signo del paso de
los años que tampoco puede ver, aunque intenta escudriñar todos los rincones,
en las de Federico. No acaba de aceptar que estén ausentes de sus manos, porque
sabe perfectamente la edad de su interlocutor porque estudiaron juntos.
No se siente seguro en estos encuentros,
nunca le ha apetecido admirar esas manos que son el perfecto coro de
acompañamiento para los discursos de Federico. Parece que mientras habla, sus
manos recorren con elegancia el teclado en un gran piano de cola del que
afloran las notas de una canción.
– Pero…
– No hay pero que valga. Roberto, debes
rejuvenecer tus ideas, intentar rejuvenecer también tu cuerpo ¿Ya vas al
gimnasio? Te veo en baja forma. Tenemos la misma edad y pareces mayor. Siempre
has tenido tendencia a ganar peso y tu calvicie ayuda, pero aún y así, debes
esforzarte. Te veo ansioso. Tus dedos no paran de golpear la mesa.
Creía que sólo era él quien miraba las
manos del otro, pero no. Sus manos también eran un blanco de las observaciones
de Federico.
– Siempre has tenido un buen ojo clínico.
Estoy convencido que habrías sido un buen cirujano plástico. Te encaja bien.
– La medicina no es un campo en el que
hubiese podido desarrollar mis aptitudes empresariales.
– Pero el campo de la estética te hubiese
abierto muchas posibilidades…
– Tienes razón, nunca lo había enfocado
desde ese punto de vista.
Levanta la mano hacia su frente e
introduce lentamente los dedos entre sus abundantes cabellos negros, buscando
en su imaginación una vida exitosa repleta de cuerpos turgentes.
Federico está tan convencido de sus
razones como Roberto lo está de la belleza de sus manos. Lo está tanto que es
incapaz de sopesar la carga de ironía de la descabellada propuesta que Roberto
ha puesto encima de la mesa, por lo que no va a quedarle otro remedio que
intentar olvidar sus manos y entrar en el cuerpo a cuerpo de las ideas.
– Acepto que tengo mis dudas, por muchas
razones, pero sin entrar en cuestiones de índole profesional, vocacional diría
mi amiga Laura, creo que tu fortaleza está basada en una situación de
protección que nada tiene que ver con la que conviven los empresarios de
cualquier sector. Ese convencimiento que desprenden tus afirmaciones puede
desvanecerse rápidamente con un simple cambio legislativo.
– Posiblemente tienes parte de razón.
Su dedo índice interminable señala el
corazón de Roberto y emite otra contundente afirmación.
– Mis propuestas son imperfectas,
requieren un análisis más profundo, pero al menos ofrecen una alternativa.
Definen una actitud. Muchos como tú pensáis y debatís posibilidades, pero no
decidís.
Federico es más consistente de lo que
puede parecer. No es la primera vez que su dedo índice apunta al corazón de
Roberto y cuando lo hace puede ser muy certero.
– Ojalá pudiera encontrar fácilmente la
salida del laberinto de mis ideas.
– Haz como yo. Si la salida está
demasiado escondida, toma un atajo.
– No soy lo suficientemente osado para tomar
atajos. Creo que el temor al fracaso tiene un peso demasiado importante en mi
manera de pensar.
– Siempre he sabido que éramos muy
distintos, pero siempre he creído que una mezcla de nuestras respectivas
maneras de encarar los problemas mejoraría la calidad de las decisiones que
tomáramos.
1 comentario:
Me gustaria felicitarle por el blo, cada vez que puedo entro ya que el contenido me parece fantástico. Espero que siga escribiendo de la misma forma.
Un saludo.
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